jueves, 3 de octubre de 2013

Deformes

En los rincones de tus hoyuelos se me cayó un amanecer dormido.
En el vacío de tus pestañas se me olvidó el lamento perdido.
Entre tu ombligo y mi pubis me despojé del ángel caído.

Al tiempo que desnudaba tu cuerpo,
mi alma se vestía de colores que aún no se habían inventado.
Mis oídos, de palabras que provenían de lenguajes ya extinguidos.
 La percepción se transformaba y tomaba una dimensión,
 que el conocimiento  jamás llegaría  a entender.

Y todo dentro de esa burbuja incandescente,
 que podía prender en cualquier momento,
 era ilógicamente lógico,
 imperfectamente perfecto
predeciblemente impredecible.

Y aun así nos amábamos como si no importase nada más en el mundo,
 ni siquiera el tiempo,
-fútil contador de arrugas que ahoga  a quienes lo veneran-.

Pero nosotros no lo hacíamos.
No existían las horas,
 los minutos,
ni los segundos.
Solo tu piel contra mi mejilla.
 Tus ojos sobre mi nuca.
Tus dedos recorriendo el sendero de mi cuerpo.
 Los míos enredados en suspiros cautivos,
 que dejabas caer para que el viento los recogiera
 y formase su eterna melodía.

Los días ya no se llamaban días.
Eran manjares prohibidos.
 Las noches,
pedacitos de sueños cumplidos.

Podría haberse producido un terremoto y estoy segura que la tierra, se hubiese abierto.
 Y hubiese formado de nuestras piernas raíces.
 De nuestros brazos ramas.
 De la bocas,
 hojas entrelazadas que nunca hubiesen sucumbido al castigo del hombre.
Pues éramos puros,
etéreos,
 imperceptibles para aquellos incapaces de entender el lenguaje del mar.

Éramos mar, roca, pájaro, gusano y sangre.
Éramos todo lo que siempre habíamos querido ser y a la vez no éramos nada.
Porque  al buscar el todo, nos encontramos en la nada.
Porque al encontrar la nada, supimos que la búsqueda sería eterna.

Porque tú eras sin mí y yo era sin ti.
Porque juntos podíamos vernos reflejados en el espejo del callejón del gato.
 Aquel en el que Valle Inclán, veía la deformación esperpéntica de la sociedad.
Y aun deformes, nos queríamos.
Nos queríamos con el placer de saber,
 que teníamos el resto de la vida para transformar las formas que éramos en el espejo.
Sin juicios, sin prisiones, sin olvidos,  sin reproches.

Mano a mano, pie a pie, codo a codo, corazón a corazón.
Teresa Allface

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