miércoles, 19 de noviembre de 2014

El cementerio del tiempo



El movimiento del vapor de agua blanquecino indica que pronto este día va a ser

finiquitado por otra rotación terrestre más del infinito dinamismo que nunca se detuvo

en más de 4470 millones de años.

Como si este dato no fuera argumento más que suficiente para negar la idea incrustada

en algún recodo del viscoso cerebro humano de que la tierra seguirá rotando a pesar

de que nosotros paralicemos el tiempo psicológico y utópico, muchos individuos

expoliados por los segundos que no fueron, circulan en una autopista con una única

salida hacia los días no vividos.

En la frontera con el país del templo de los minutos olvidados, se encuentran algunos

devotos que se flagelan mirando hacia su divinidad, esperando que ésta les perdoné sus

pecados de gula subversiva.

Muchos otros de la especie inquisitorial que domina el mundo, corren para conseguir

una buena oferta en horas pérdidas entre superfluas y cotidianas preocupaciones que la

amnesia apocalíptica ha eliminado sin ningún reparo.

Más allá de la gran aglomeración de esculturas con riego sanguíneo, en el vasto terreno

que se sitúa justo al lado de la cuneta de una carretera regional introductoria a los

panteones de la gran urbe, algunos seres castigados con la imposibilidad de dejar atrás

lo no olvidado, esperan el último juicio sentados encima de los sepulcros de los años,

décadas y lustros ya disfrutados donde recuerdan que fueron amados.

Divisando el funesto panorama algo lejano, un corazón casi latente contempla los siglos

que construyeron la efímera pero transformable materia testigo de la actividad continua

de los antepasados silentes.

Surcando el cielo, las almas atormentadas que fueron un día corpóreas proporcionan

un silbido sólo percibido por los sistemas auditivos de los analfabetos temporales que

tranquilos y alegres celebran el fin de una jornada sublime.


Judit Pérez

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