viernes, 18 de octubre de 2013

(Después de perder el rumbo)

Después de perder el rumbo
la hija pródiga vio que lo mejor era volverse
loca.

En vez de deshojar las margaritas yo desplumo a los pájaros. De mi cabeza.
Y los veo desplomarse a mis pies mientras yo me hago unas falsas alas con sus cenizas
creyéndome por un rato que puedo volar hasta el sol, como Ícaro
y rozar el cielo con los labios en un beso o en un orgasmo
                                    -pensando que será que me quieres-
para caer en picado justo antes de llegar
y aterrizar junto a los cuerpos aún calientes de mis sueños húmedos
                                    -pensando que será que no me quieres-.
Ahora me paseo por ahí
bailando por las calles y entre la gente
como un cadáver vestido
con la piel pálida y la boca roja
bañada de sangre de lamerme las heridas.
No os creáis nada sobre mis cicatrices,
son todas de mentira;
están pintadas con carmín.
Las auténticas las guardo dentro
donde no da el sol
para que no se quemen.
Más.
Y será eso lo que hace
que me falte melanina en partes del alma
y ande descolorida a trozos
como una foto mal revelada
de tanto vivir a la sombra.
No es tu culpa,
sino de un mundo que solo quiere volar
alegando que es más rápido que correr
                                      -Y eso que luego todo el mundo quiere correrse
                                      sin prisas-
como si siempre llegaran tarde
cuando todos sabemos que
esto  -  no  -  va  -  a  -  ninguna  -  parte.
Y aun así veo a todos huyendo despavoridos
de la reina de (vuestros) corazones,
                                      -que corta cabezas para recaudar un poco de cordura-.
Del agujero que conduce al País de las Maravillas.
Del conejo.
De Alicia.
Y yo que solo quiero huir del reloj, 
y refugiarme en la boca del loco.
No es tu culpa,
y aún así se me cambia la cara
y sale la cruz que llevo por espalda
cada vez que me siento moneda de cambio
entre dos generaciones sordas que se gritan
sin entender que fue el gato el que mató la curiosidad.
Y me pregunto a mí misma.
Cara, que me quieres.
Cruz, que no me quieres.
Y, te lo juro, no es tu culpa,
pero me lanzo.
Y por un momento vuelo, como una loca. De atar.
Y como una cuerda, para atarme, me estrello.

María Elena Higueruelo



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