domingo, 12 de mayo de 2013

Vamos a mirar la mar.



Cualquiera que haya
vivido fuera de Madrid
algún tiempo
lo sabe.

Aquella tarde noche
estaba
bastante agradable.
Habíamos acabado
embriagándonos
en una nave industrial
cerca del centro.
Íbamos a recitar.

La semana pasada habíamos
redireccionado nuestro negocio
de venta de libros
de segunda mano
que, a poco que se pensase,
nos iba a traer más
trabajo que beneficios.

Cuando yo llegué,
Loro ya hablaba
con otro grupo
de jóvenes.

Todos le daban la razón
cuando les explicaba
que Google tenía bases de datos
de cada uno
de nosotros y manejaban,
todo lo que podemos
o no podemos conocer de la realidad,
poco legítima en este momento,
acotada, claro, en lo que se conocía como
realidad virtual.

Y que qué, decía,
que qué derecho tenía nadie a decirle
a otro que no podía aprender
a fabricar explosivos, por ejemplo.
O a ver pornografía
infantil (después de estudiar a Nietzsche, claro).
Intuyo que le
daban la razón con condescendencia.
Como se le da un trozo de queso
a un perro que te da la patita.

El resto estaba desperdigado por el local,
bebiendo, fumando, berreando.
Éramos como abejas libando.
Lo pasábamos bien a pesar de todo.
Habíamos decidido
como tantas otras generaciones
de jóvenes no alimentar el statu quo
de aquella sociedad
(España
Madrid
año dos mil trece
un tal Mariano Rajoy
de cabeza de turco
del gobierno de turno.)

Frecuentábamos las azoteas
de los edificios abandonados
puesto que éramos los jóvenes posburbuja
inmobiliaria.
En los balances a los que Hacienda
tenía acceso
no quedaba ni para pagar
al guardia gitano.

Nos daba igual.
Estábamos,
para qué engañarnos,
relativamente bien colocados.
Al menos en la calle
ninguno esperaba acabar
(al menos no
por necesidad).

Intuíamos que latinoamérica
iba a ser, en algún momento,
nuestro punto de reencuentro.
Como los japoneses
quedan debajo
del culo de la estatua del caballo
de Sol.

Y, qué lección podíamos 
sacar de la historia de
aquellos dos traficantes
latinoamericanos?
Que los límites son gráciles...

El caso.

Esa mañana
seguramente el que es mi mejor amigo,
buen poeta,
nos había enviado un mail 
diciendo, entre otras cosas,
que tenía una sorpresa preparada
para el reci de aquella noche.

Nos había dado más o menos
igual puesto que, todo aquello,
solo constituía una pequeña parte
de la vida que llevábamos en
en aquel momento.

Cuando decidimos empezar
el recital
dos de nuestros compañeros
acababan de llegar con la noticia
de que
en aquel edificio
de oficinas
se podía forzar la cerradura
del segundo piso
y entrar, que no tenía alarma,
a una especie de imprenta.
Preguntamos (error)
si les importaría a los dueños
que hiciésemos
nuestro recital
en su  imprenta.
Nos dijeron que ni soñarlo.

Ni modo. El caso
que, ya algo briagos,
empezamos a recitar por turnos.
Un compañero presentaba.
Su discurso era,
en mi opinión,
una mezcla entre
las habitaciones profundas de la sangre
y algo de poesía medieval.
Supongo que era
otra forma de transculturación
donde,
los habitantes de las ciudades,
faltos de identidad,
recurren a los rasgos propios
de sus generaciones pretéritas
y los hacen suyos.
Por eso en México Distrito Federal
están tan de moda las camisitas oaxaqueñas.
Aquí, en la vieja Europa, el camino
es vestir ropa de segunda mano,
por ejemplo.

Esa es mi teoría. Pero el caso.

Que todo el mundo,
a medida que avanzaba
el recital
iba poniéndose como de mejor humor.
Lo cierto es que éramos majísimos,
además de una panda de borrachos
con conocimientos sobre cosas que,
en la vida real,
parecen de no mucha utilidad.
Lo cierto es que estábamos
sacando de sus casillas
a muchos poetas
que frecuentaban
la institución recital.
Lo cierto es que nos importaba
un carajo pedir poemas a la gente
fingiendo que acabamos de tener la revelación de la Poesía
en nuestras manos, en nuestras sillas,
en nuestras almas incluso
y publicarlas,
acto seguido,
de forma totalmente anónima.
El mensaje era que no hay mensaje
que podríamos estar en el parkin
de cualquier macro discoteca
consumiendo alucinógenos
que tendría el mismo valor que lo
que hacemos aquí.
Aquello que estábamos buscando no existía y
ya lo sabíamos pero era intestinamente
divertido.

El caso.

Que de los 70 recitales que se celebran
(porque esto es la celebración de algo,
eso no hay duda)
en la ciudad de Madrid
a la semana
intuíamos, que en ninguno
se iba a leer poesía surgida de la etapa colonial
en la zona de Barlovento
en la selva veracruzana
Estado de Veracruz,
México.
No queríamos mostrar nada a nadie,
no nos tomábamos por iluminados de la poesía,
ni revolucionarios de ninguna estética,
el saber,
o los profundos sentimientos que te acaloran cuando
la chica a la que adoras y con la que adoras pasar las
hora muertas
te asaltan.
Sin ir más lejos este texto es una la copia bastante fiel
de un poema de Roberto Bolaño,
que si no han leído les recomiendo,
se llama Los Neochilenos.

No se trataba de eso.
No se trataba, en verdad, de nada.
Quizá de las ganas de pasar una noche con amigos
quizá la voluntad de follar con esa chavala,
que tan sólo es otra representación
de las,
tantas veces infravaloradas,
ganas de vivir.

Esa es mi teoría. El caso.

Cuando le tocó el turno
de recitar al último compañero
(él mismo había pedido ese turno)
se borraron de la cabeza
de algunos de nosotros las
preguntas que nos recorrían
durante el transcurso de la semana.
Semanas de rutina, trabajo, exámenes, deudas,
posmodernidad, marxismo, memoria a corto plazo,
hermanos, padres, mujeres, facebook, mail,
movil, ex novia, futuro, tóxicos,
quién eres, quién coño eres, ¿qué es, qué no es legítimo?
por qué están destruyendo Madrid,
cómo.
Suenas a una mezcla entre el monólogo de Trainspoting
y algo de beatnik años 70.

[...]

De mi desde luego que sí.
Nada tenía más sentido que
otra cosa
sin embargo era definitivamente
mucho más reconfortante.
El mundo se te da en fragmentos
nunca, cuando amas, o estrechas una mano
nunca te equivocas, que decían.


Y aquella noche pasó felizmente.
Pasó aquella noche felizmente.


El caso. Ahora sí.
Al son.

Balajú se fue a la guerra
se fue pero no ha pelear
se fue para no pelear
Balajú se fue a la guerra

Tú eres todo mi penar 
la causa de mi tormento
la causa de mi tormento 
tu eres todo mi pesar.

No paro de cavilar
cautivo en un aposento
como las olas del mar
que no cesan ni un momento

Vámonos a navegar 
suave como fluye el río
y nunca intentes llevar
contra corriente el navío.

Ariles y más Ariles 

Ariles que le decía
dame agua con tu boquita
que yo te doy con la mía.


Ariles y más Ariles 
Ariles que le decía
regálenme una cerveza
que me muero de sequía.

[...]


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Iride

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