lunes, 10 de diciembre de 2012

Llámame tonto

Me gusta caminar por la playa, 
mirar hacia atrás y ver  cómo el agua de la orilla del mar 
desdibuja mis huellas maltrechas 
y ver que las tuyas permanecen perpetuas 
a la vera de donde deberían estar las mías.
Me gusta el miedo 
a caer por las escaleras 
cuando bajamos 
por ellas 
de la mano. 
Acariciar tus dedos, 
pensar en su cuasi perfecta fisionomía (por no decir perfecta del todo), 
jurarme que tienen forma de piedra preciosa y valor incalculable, 
saber que tengo diminutos tesoros 
apretados con mis dedos. 
Me enloquece el café 
que, sólo tú, sabes hacer tan bien, 
perderme y naufragar 
apostando por la incertidumbre del sabor de los caramelos 
de tus ojos. 
Cada vez estoy más seguro 
de que, por muy bueno que haya sido en otras vidas, 
el Karma se ha tirao señorialmente el rollo 
haciéndome estar contigo, bajo el mismo abrigo de una sábana; 
es más, me siento en deuda con él, o ella, o ello. 
El aire de la calle 
sabe mejor 
cuando sabes 
que sabe igual 
que el que tú respiras.
Y me da igual ser el mismo pringao de siempre 
que cojea como nunca antes se había andado, 
mientras bebe el mismo veneno de tus labios 
con sabores cambiantes, 
me gusta estar más borracho cada vez de amor. 
Es necesario olvidarse de las cosas 
mientras oyes 
tranquilo y relajado 
mecerse las sirenas varadas 
en tu voz. 
Puedes decir lo que quieras, 
yo ya te he dicho lo que pienso.

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