viernes, 13 de febrero de 2015

Otra a la soledad de las celdas


A daros mil norabuenas
de dicha tan deseada,
vengo, santísimas madres,
con mucho gozo en el alma.

Y este gozo se origina
de ver que ya vuestras ansias
y deseo de retiro
el piadoso dueño paga.

Vuestra santa pretensión
justísimamente alcanza
hoy la alegre posesión
de tan largas esperanzas.

Si yo espíritu tuviera
y elocuencia soberana,
de la amable soledad
dijera las alabanzas,

pero soy muy ignorante
y en el espíritu zafia,
y pudiendo decir tanto,
u diré muy poco u nada.

Como estoy tan exterior
y en muchas cosas turbada,
de aquel Uno necesario
ignoro excelencias tantas.

Alaben la soledad
las almas exprimentadas:
las que en dichosa quietud
a su tierno esposo abrazan.

La estrecha conversación
que tienen con Dios las almas
en la soledad alegre,
las hace humildes y sabias,

porque el Espíritu Santo,
cuando ama mucho a las almas,
las lleva a la soledad
y a los corazones habla.

Y las palabras que dice,
tan substanciales y claras,
son de heroica perfección
y santidad consumada.

En la soledad parecen
estas apariencias, falsas,
que el mundo vende por buenas,
con infinidad de faltas.

En la soledad se quitan
las nubes grandes y opacas,
y el alma, llena de luz,
toda la verdad abraza.

En la soledad se vencen
las pasiones mal domadas,
los sentidos se componen,
los apetitos se matan.

En la soledad se acuerda
de su presto fin el alma
y, confiando en su Dios,
consigue la amada patria.

En la soledad desea
el alma ser despreciada
y que, olvidándola todos,
la dejen en dicha tanta.

En la soledad se advierte
que Dios solo al alma sacia,
y que todo lo crïado
solo aflige y embaraza.

En la soledad se gozan
favores y glorias tantas
que, si no tuviera fe,
por eternas las juzgara.

En fin, todas las virtudes,
todos los dones y gracias,
en la soledad feliz
se comunican al alma.

Entrad, pues, madres gozosas,
fervorosas y animadas,
que el Señor que dio las celdas
también dará lo que falta.

Lo que falta es el adorno,
que en una celda descalza,
no ha de faltar lo curioso
de muy vistosas alhajas:

desnudez, pobreza, olvido
de toda cosa crïada
y un incesable deseo
de ser más pura y más santa;

que la celda material
ha de servir como caja
que guarda la interior celda
donde el esposo descansa.

Que si faltase el espíritu
y la oración en el alma,
más que santa religiosa,
será mujer encerrada.

A todas sus reverencias
comunique Dios su gracia
para que, viviendo solas,
estén bien acompañadas.


Sor Marcela de San Félix

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