Ayer no pude subir al avión.
Me dijeron que era
porque no había un sitio libre.
Esta mañana supe que fue porque no llovía.
Decía Borges que al destino
le agradan las simetrías y las leves variaciones.
A todos nos tranquilizan las simetrías,
el suave beso rutinario en los labios.
Ayer no llovía.
Hoy sí llueve,
igual que aquel macilento amanecer porteño
(hace nada
hace
ya tanto)
en que Buenos Aires me recibía
con un beso húmedo en los labios,
ya candente aun sin conocerme
(luego me demostraría su amor
de brazos pausados,
sin el ímpetu sangrante
de ese primer beso anhelado,
pero entonces aún faltaba tiempo
para eso)
Ahora este avión me aleja
desbocado entre infinitas láminas
de aire
y yo no puedo dejar de preguntarme,
con ese incómodo sentimiento previo a la nostalgia
que se infla en las costillas,
cuándo volveré a poseer Buenos Aires
como si en verdad fuese mía,
cuándo volveré a perderme
entre los floridos pechos de Palermo
o en las ingles susurradas de San Telmo;
pues la única certeza que tengo en este instante
es que no partí ayer
porque era de noche y sin embargo no llovía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario