Para Yehudi Ramírez
La brisa entra por esta ventana.
Sobre la mesa
el trago de ron
que no pudiste acabar
mientras decís,
apresuradamente,
que debés trabajar el turno de las ocho.
Me he pasado la tarde
pensando en tu espalda como
en la cuenca más llena de atunes,
porque siempre me han gustado
las bocas azules que saltan y muerden
a la menor insinuación del tacto.
Me ha gustado siempre
el intenso oleaje
que producen tus piernas / en la bañera.
La brisa entra por la ventana
y son ya casi las siete y cuarto.
Me decís que te vas a bañar
y a vestir.
Pienso que debo acompañarte
por deber o por costumbre,
pero te vas al baño
y yo aun no me levanto de la cama.
El agua suena como venida desde
adentro de nosotros
y pienso que deben ser
esos peces que te cubren el cuerpo
cuando te salta el agua encima.
La llave da vuelta con un chirrido
y ya no se oye más el
eco subterráneo en la bañera.
(Si acaso,
una gota o dos
desde el tobillo,
por el aire,
hasta la tina).
Te vestís adentro / y al salir,
ya precipitadamente,
decís adiós con un gesto
de la mano.
Veo que llevás el pelo casi seco.
Antes,
solías llegar tarde.
Alexander Obando
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