Lo que no se dice a gritos se despoja en la calle inútil, mintiéndole a no terminar lo que urge.
Así estoy frente a la mesa del lugar, frente a la taza. La boca abierta de muñeco de trapo hablando. También la mano posa inerte los dedos a contratiempo en la madera, posa en el caballo negro desbocado como pasado quieto, o como lo que no ha pasado aún. Se me antojó negro después del recuerdo de mi papá, con cinco años y recordando viejos tiempos, dándole de galope al olvido.
Es que me da risa el tiempo animal, acostarme cansada por las noches como con veinte años más.
La edad pendiente un animal. Los que tienen veinte años más que yo se acuestan con mi edad.
Mi cuello sospecha ahora la despedida, trazándola lenta de hormiga, inútil bordeando la taza.
Así la espanto, con golpecitos en la mesa, pretendiendo metales del cielo, monedas que la buscan en la disonancia de la piedra. Me urge el punto afónico de lo hecho.
Hecha la piedra, la mesa. Hecho frío el café como vértebra aconteciendo la edad, donde suelen despedirse los pájaros en cuartetos blancos desde la calle.
Silvia Piranesi
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