del invierno que inunda mis muñecas.
Llegué pronto, muy pronto, por si acaso
pudiera alzar un témpano, una esquela
de tu olor, de mujer libre, sin lluvia,
almizcle de barranco en tus caderas
o mucha sed. Grabé tu cuello o “nunca”
sobre el vientre quebrado de una piedra
y lamí, con fruición de beso, idiota
desquiciado ante el simple gusto a tierra.
Tu piel manaba suficiente limo,
sangre fértil al corte de mis yemas.
Quizás vaivén o carne o luego o solo,
siempre ávido turbión de musgo. A tientas
te perfilé en tu olor y enhebré el tiempo
siguiendo el curso lento de tus venas.
Luis Fuente
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