Como si este dato no fuera argumento más que suficiente para negar la idea incrustada en algún recodo del viscoso cerebro humano de que la tierra seguirá rotando a pesar de que nosotros paralicemos el tiempo psicológico y utópico, muchos individuos expoliados por los segundos que no fueron, circulan en una autopista con una única salida hacia los días no vividos.
En la frontera con el país del templo de los minutos olvidados, se encuentran algunos devotos que se flagelan mirando hacia su divinidad, esperando que ésta les perdoné sus pecados de gula subversiva.
Muchos otros de la especie inquisitorial que domina el mundo, corren para conseguir una buena oferta en horas pérdidas entre superfluas y cotidianas preocupaciones que la amnesia apocalíptica ha eliminado sin ningún reparo.
Más allá de la gran aglomeración de esculturas con riego sanguíneo, en el vasto terreno que se sitúa justo al lado de la cuneta de una carretera regional introductoria a los panteones de la gran urbe, algunos seres castigados con la imposibilidad de dejar atrás lo no olvidado, esperan el último juicio sentados encima de los sepulcros de décadas y lustros ya disfrutados donde recuerdan que fueron amados.
Divisando el funesto panorama algo lejano, un corazón casi latente contempla los siglos que construyeron la efímera pero transformable materia testigo de la actividad continua de los antepasados silentes.
Surcando el cielo, las almas atormentadas que fueron un día corpóreas, proporcionan un silbido sólo percibido por los sistemas auditivos de los analfabetos temporales que tranquilos y alegres celebran el fin de una jornada sublime.
Judit Pérez
No tiempo en no lugar para el no man.
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