Hay gestos minúsculos que revientan la existencia.
Gestos que levantan la noche
y alcanzan lo eterno del ser humano.
Son casi siempre inconscientes;
por eso son innegables.
Eso lo pensé en el momento en que la diminuta manita
aferró mi dedo.
Ella ni siquiera lo sabía
y ya por vez primera
demostraba la fuerza incontenible de la especie.
Tenaza de carne breve sobre mi dedo.
Breve y libre.
Ni una semana y ya la rabia de vivir
aflora a dentelladas violentísimas.
Igual da que sea nube o carne dura.
Igual da.
Los dedos funden la aurora en aguatristes
como un gañido de amanitas.
Se vuelca su mirada hacia las furias.
Invencible.
El sentimiento de un mundo inabordable
persiste, pero no le importa,
aún así lo agarra hasta sus últimas consecuencias:
tener que vivirlo.
Los dedos son sus palabras,
palabras de espada y luna.
¡Callad, mariposas,
que el bebé está hablando!
Nadie la interrumpa con caricias,
pues tiene el valor suficiente para vivir.
Nadie nos separe
pues ahora lo comprendo.
La niña sabe que esto es a muerte o vida
y así lo transmite a la carne estremecida que se digna a escucharla.
Vuelan mil estambres de cobalto
¿Serán sus sueños acaso?
muy guapo, si señor!
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