la que organizó esta excursión
pero igual podemos darnos una vuelta
por la etiqueta de agua mineral.
El bosque es frondoso aunque está domesticado,
cada veinte metros tachos de basura,
quinchos con parrilla y luz artificial, cada diez.
Ráfagas de pavimento suben hacia las colinas
donde los ciervos se pasean indiferentes.
Con movimientos de taichí
una ardilla nos sale al cruce,
otra prefiere aferrarse a la convicción
de que está mimetizada con el árbol.
¿A quién te hace acordar?
Bajo un sol al dente, cerca del río,
las familias preparan sus almuerzos domingueros
según las coordenadas hegelianas…
Cuando se vayan
cuando las puertas del último auto
se cierren de un golpe,
las aves empezarán a graznar
y a acicalarse mutuamente en los árboles.
A más oscuridad más ruido.
Y el parque suena como una casa de videojuegos
al aire libre.
Espinoza: “Si una piedra arrojada al aire
tuviera conciencia de sí misma,
seguramente pensaría
que se mueve por su propia voluntad”.
Ahí va la piedra de Spinoza.
Donde cae, los patos corren desesperados.
El nenito negro se prueba su equipo de fútbol americano,
el chico le dice a la chica: “Si no pensás en nada,
si no pensás, vas a oír al lápiz de Salinger
girando en el sacapuntas”.
Después de la comida viene el postre,
después del postre la siesta.
Ahora hay música en las radios
y el acontecimiento de las generaciones
pasa con indiferencia sobre nuestros cuerpos.
Con pecheras rojas y naranjas
equipos de remeros surcan el río.
Cantan una canción que habla
sobre la sombra que le imprimimos
a lo que intentamos conocer.
Fabián Casas
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