Bajo el desgarrón de la negra nube que se aleja
la balanza invisible de la primavera
oscila
en el cielo nuevo de abril.
Sobre la más alta montaña,
el dios de la nieve,
su cabeza deslumbrante inclinada sobre el espacio
vertiginoso
de los reflejos
se derrite de deseo
en las cataratas verticales del deshielo
aniquilándose ruidosamente entre los gritos
excrementales de los minerales
o
entre los silencios de los musgos,
hacia el lejano espejo del lago
en el que
desaparecidos los velos del invierno,
acaba de descubrir
el relámpago fulgurante
de su imagen exacta.
Se diría que con la pérdida de su divinidad la alta llanura
entera
se vacía,
desciende y se derrumba
entre las soledades y el silencio incurable de los óxidos de
hierro
mientras que su peso muerto
levanta toda entera
hormigueante y apoteósica
la planicie de la llanura
donde camino ya se abren hacia el cielo
los surtidores artesianos de la hierba
y que suben,
rectas,
tiernas
y duras,
las innumerables lanzas florales
de los ejércitos ensordecedores de la germinación de los
narcisos.
Salvador Dalí
Ahora ya estamos del todo sordos a semejantes sinfonías de la germinación.
ResponderEliminarAhora sólo escuchamos pantallas planas donde solo germinan vacuidades.
Sin Dalí ni Federico ni prácticamente nadie ya que los oyó en vida, comprendería que el narciso abdicara de volver a germinar esta fría primavera.