José Darío:
Hay un lugar común y muy reiterado: tú no escogiste —al igual que todas y todos— el sitio en que ibas a vivir, cuando llegaste la realidad ya estaba ahí. Pero a diferencia de la totalidad invocada, sí escogiste una cultura diferente y a tu temprana edad tomaste la opción de cambiar este mundo en el que la violencia, el delito, la pobreza, la opresión en suma, son ordinarios denominadores de una sociedad que necesita transformarse, si realmente apostamos a favor de la humanidad y en contra de la barbarie.
En un instante comprobaste lo que seguramente ya sabías como sociólogo en ciernes: no es fácil el camino de la libertad del que alguna vez nos habló con brillantez Nelson Mandela, a cuya paciencia y resistencia se debe una de las más luminosas transiciones habidas en el planeta, que nosotros no podemos igualar por la tozudez de una casta de políticos, gobernantes y potentados (para la revista Forbes Slim y el Chapo Guzmán) empeñada en mantenernos en la orfandad y el atraso. Para esa casta siempre están primero sus intereses y los de la sociedad depositados en el olvido. Como joven rebelde que fui —es un elixir que me mantiene—, créeme que me dolió profundamente la cobarde agresión de que fuiste objeto y, admite conmigo, que el tiro que penetró en tus entrañas fue un disparo de precisión contra una resistencia a una guerra que no queremos.
Cuando digo olvido, a la vez recuerdo una dolorosa enseñanza. Dijo el legendario padre de la historia, el griego Heródoto, que en tiempos de paz los jóvenes sepultan a sus padres y en los de guerra, los padres entierran a sus hijos. Es lo que vemos ahora: jóvenes asesinados en muchas partes del país. Pareciera que un interés siniestro se ceba en la sangre joven de México, cuando menos en dos sentidos: carencia de oportunidades para un porvenir en la prosperidad material y espiritual y, la violencia destructora y homicida para la cual ni el Estado ni el gobierno tiene respuesta. Ni Calderón ni Duarte ofrecen nada. Ambos forman parte de esos tozudos y engreídos gobernantes que están tan separados de la sociedad que ni siquiera la comprenden y no les interesa la sangre derramada. Calderón anuncia más masacres y Duarte jamás alcanzará al vértigo de la violencia aunque haya ofrecido su vida en prenda. Sus intereses creados los lastran y ven la guerra como un asunto de funeraria.
Son tan cínicos los gobernantes, no digo nuestros gobernantes por mi desobediencia ancestral, que pueden dar crédito a la versión de que algún tiro se escapó para alojarse en tus vísceras. Pero ¿quién nos garantiza que esos agentes policíacos que te agredieron, caminando el tiempo, no engalanen la página policíaca como integrantes de algún grupo criminal? Que serán los Javier Adrián Orozco, o los Víctor Hugo Villegas de mañana. Una frontera se ha borrado: ya no sabemos dónde termina el delito y dónde inicia la política; ya no sabemos dónde están las goteras entre gobierno desorganizado y crimen organizado.
Atrás, quiero decir en el pasado, de la agresión que tú sufriste está el odio que los poderosos tienen en contra de los que resisten con limpieza, nobleza, ideales, altos valores éticos a este mundo abyecto en el que vivimos. Tengo para mí que la policía sabía de la demostración pacifica que ustedes realizaban y que la esperaban para agredirla. Muy pocas veces la casualidad reina en estos menesteres. Es el escarmiento preventivo —la represión selectiva— porque saben que una vez que la juventud se ponga en movimiento su fuerza será incontenible y tomara la guerra una alternativa para sacudirnos la tiranía corrupta cómplice de crimen. Afortunadamente entre los jóvenes juarenses se ha encendido un faro del que tú formas parte e ilumina un puerto humano, generoso, propiciatorio de la densidad espiritual que al poder no le interesa en lo más mínimo porque le significa su derrumbe ineluctable.
Si no fuera por las acciones públicas en las que tu participas y por el sufrimiento al que estuviste dispuesto, muchos se verían tentados a creer que ya no hay nada que hacer y que la vida es tan oscura y miserable como se padece en nuestra atormentada república y en el antiguo Paso del Norte que lleva el nombre del patriota Benito Juárez que hizo del derecho el más poderoso escudo para repeler a quienes creían tener fueros contra México, igual a los que gozan ahora los poderes fácticos del crimen y la destartalada acción de gobernantes inútiles y carentes de compromiso con la república. Darío: frente a la abyección de una vida resignada, empeñemos el compromiso del ¡Ya basta! Abramos el camino a la revuelta fecunda.
Es proverbial el tamaño de la impunidad en México. Aquí no hay rendición de cuentas entendidas como responsabilidad y los gobernantes saben que el crimen paga bien y que apegarse a la Constitución es una especie de necedad que lacera la hacienda propia del funcionariado. Dígalo si no toda la suerte de premios que el gobernador César Duarte ha prodigado a los politicastros del gobierno de Patricio Martínez García que no obstante que hicieron del saqueo su divisa, destruyeron la justicia creando chivos expiatorios en el feminicidio, y otras lindezas hoy se les retribuye generosamente.
De entre ese mundo podrido salió la bala criminal que te puso en alto riesgo. Frente al engaño de una legalidad mentirosa —siempre desvanecida— impongamos la naciente legalidad que se palpa en la calle reclamante, en vuestras acciones, en la resistencia a esta guerra. Es la legalidad de la revuelta, justamente porque se trata de ir de nuevo a un derecho, regresar, re-volver, restaurar la dignidad humana como única fuente de entendimiento que a los del poder no les interesa porque ellos sí hacen de los hombres y las mujeres peldaños de sus aviesos fines.
Tú sacrificio no será inútil. Cuando te reprimieron, mucha sangre en muchas venas y en muchos cuerpos, tomó el rumbo para alimentar la rebeldía contra un mundo que no queremos y que —está claro— no nos merecemos.
En Chihuahua tienes en mi persona un amplio compañero dispuesto a la solidaridad incondicional.
Esta lucha la vamos a ganar. Adiós.
Jaime García Chávez
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