Conxuro, villancico, cantar de gestación y manifiesto entre líneas
.
(o siquiera escuchar cómo otro lo hace
pues las meras palabras
colocadas en un orden correcto
adquieren poderes impensables)
dos condiciones deben ser cumplidas:
primera,
haber entendido que el Mal no es más que una fábula creada para asustar a los niños que no duermen o duermen demasiado y
segunda,
haber despertado a la serpiente Kundalini mediante un beso in posteriore spine dorsi
(esto es, en el culo).
Ahora, bienvenidos.
·
¡Oh, Baphomet!
Somos tu báculo y tu hogar.
Haz caer sobre nosotros
los cuatro peligros
las tres plagas
las dos enfermedades
y el pecado.
I. Barbudos
Convocamos
—señor de los cuatro falos rezumantes—
ante tu imponente monolito
la fuerza para resistir todas las orgías que sacudan nuestros cuerpos
la voluntad para resistir esa fuerza
y el valor para forzar esa voluntad.
Somos
oh Baphomet
uno entre nosotros
y uno contigo.
Dame, pues, Rey de todos los infiernos, el poder
para follarme a Dios en su lecho de convaleciente, con el puño, por la oreja; para violar a Borges (y a todas sus esfinges) en el momento en que aparte “la vista”; para alcanzar un goce infinito copulando con el cadáver de Hitler (que en paz descanse) y con el inmarcesible tumor de Esperanza Aguirre (que Dios lo tenga en su Gloria);
concédenos
—¡oh, Baphomet!—
estupidez y penes y vaginas
¡andanadas de penes y vaginas!
tantos como quepan en nuestros febles cuerpos.
II. Biberones
¡Salchichas!, oh líder, ¡salchichas!,
que es como decir
¡cáspita!
o que un pez luna se ha perdido en la mar
como decir al anfitrión:
la cena ha sido —señor mío— como libar ambrosía en las tetas de Afrodita
al músico:
su violín me ha transportado a lomos del corcel de Febo
o a la amada:
si yo fuese Dios, querida, te probaría a la manera en que el parrillero prueba la entraña sanguinolenta, es decir: con los dientes
en fin
algo como para vomitar del gusto y luego
recoger el vómito a sorbitos de tan delicioso como ha salido
una delicia engolada
más dulce que Garcilaso
¡más que Luis Rosales!
que está pidiendo ser carbón
que está pidiendo
(oh gran Baphomet)
un generoso chorro de ácido sulfúrico.
III. Bereberes
Ha llegado el momento, dijo Sherezade y decimos nosotros, oh señor que todo lo posee, de que oigas la bárbara historia de El Camellero, El Djinn, El Mercader y los Tres Camellos.
Érase, en un tiempo en que el desierto aún era una meseta árida y estéril, y no el hermoso campo de oro negro que tú con tanto afán has construido, un camellero llamado Abú al-Bagdadi que conducía sus tres camellos a la rica ciudad de Medina. Como sabrás, ¡oh luz de todos los infiernos!, existían en aquella época los Djinn (pues aún había quien creyese en ellos), genios poderosísimos y malvados de los que se decía que, aun a pesar de estar sujetos a la voluntad de aquel que los hallase, siempre trataban de tergiversar los deseos de su “amo” para perjudicarlo.
Pues bien, Abú al-Bagdadi, con la ayuda de un poderoso hechicero del Oriente y tras el pago de varios cientos de dinares, había logrado encerrar un Djinn en la joroba de uno de los camellos, con tan mala suerte que éste se le había mezclado con otros dos ejemplares de su rebaño. Abú al-Bagdadi, consciente del peligro de libertar al genio, decidió ir a la ciudad de Medina, donde los hombres son avariciosos y poco temerosos de la ley de Dios, y aprovechar su situación: contaría su historia y, por dos mil dinares, dejaría elegir un camello al azar, sabiendo que cualquiera lo bastante insensato y avaricioso está dipuesto a pagar esa minucia a cambio del inmenso poder de un Djinn. Así ganaría entre dos y cuatro mil dinares en un solo día, si es que alguien elegía el camello correcto, o veinte mil más si vendía el camello encantado el último. Sin embargo, el camellero no poseía un gran sentido de la orientación y, por ahorrarse los 15 dinares diarios que cobra un guía, había acabado por perderse en el desierto. Tras dos semanas de marcha, habiendo consumido todos sus víveres, se hallaba ya al borde de la muerte por deshidratación, al igual que sus camellos. Por suerte para él, acabó por encontrar el camino. Sin embargo, no sabía a qué distancia se hallaba de la ciudad que lo haría rico, así que, desesperado, decidió sobreponerse a su miedo y acudir al Djinn. Pero tras probar los dos primeros camellos, y cuando ya iba a frotar la joroba del tercero, Dios le envió un rico mercader lujosamente vestido y con una escolta imponente que le salió al paso con una amplísima sonrisa.
Llegado este punto de la narración, amaneció y los e;bés, discretos, se callaron.
Cuando volvió a caer la noche, Baphomet, curioso, los invitó a seguir.
Así fue que el mercader, juzgando por los harapos del camellero y pensando que se hallaba ante un pobre idiota analfabeto, se detuvo.
-¡Oh, nobilísimo viajero, tristes ejemplares llevas contigo! No creo que lleguen con vida a la ciudad de Medina, que es el asentamiento más próximo.
Reuniendo la poca fuerza y saliva que aún pudo, el camellero respondió:
-¿Cuántas jornadas faltan para tal ciudad, oh rico mercader?
-Tres. No sobrevivirás. Sin embargo, a cambio de tus camellos, yo te ofrezco agua y comida para el camino que te falta.
-Aceptaría de buen grado, mercader, pero has de saber que uno de mis animales contiene un Djinn en su joroba y, como comprenderás, tres raciones de víveres son un triste precio por él.
Tras mucho cavilar, el mercader, por toda respuesta, ordenó a su escolta que matara al camellero antes de que pudiese invocar al Djinn y, acto seguido, liberó al genio, que cumplió todos sus deseos al pie de la letra (excepto algunos que encerraban en sí mismos paradojas y que, por lo tanto, difícilmente podía satisfacer, como el de: deseo que este deseo no me sea cumplido (aunque hay teorías que dicen que cada vez que se formula una petición de este tipo a un Djinn, la realidad se escinde y el deseo es cumplido y no a la vez)).
Y ésa ha sido la historia, oh gran Baphomet, de cómo Brahim al-Hassani, gracias a poseer una ambición mayor que la de su oponente y a no creer en estúpidas leyendas, consiguió incontables riquezas y además ahorró tres raciones de comida, incluso podemos decir que cinco, pues eran cinco las jornadas que realmente faltaban para llegar hasta la ciudad de Medina.
IV. Briblibliblí
…
V. Bárbaros
¡También concédenos
(si lo tienes a bien
gran macho cabrío)
la Fuerza de la Guerrra!
¡Danos martillos!
Romperemos las universidades.
¡Concédenos aviones!
Y serán nuestras todas las Polonias.
¡Otórganos —¡oh, Satanás, otórganosla!—
la bomba nuclear!
Y haremos para ti miles de Hiroshimas.
Penetraremos en los concilios de los sabios
y cercenaremos sus barbas
(con el debido respeto)
¡bombardearemos las tertulias de los poetas
y les impondremos los versos del silencio!
¡Heidegger era un lobo que nació en Minas Tirith!
¡Úntanos con la sangre de tus aliados!
VI. Be;bés
[Golpe de látigo. Baphomet se manifiesta y su voz es roja y negra.]
B. ¡Cómo habéis osado!
B. [Llorando] ¡Qué fácil es castigar
cuando las estrellas están al alcance de la mano
cuando se tiene el poder de los agujeros negros
la belleza del mejor cuarteto de Beethoven
la inteligencia del ajedrez
la frialdad de Alan Turing
la fuerza de Atlas
la sabiduría de Buda
y todo elevado un mol de googols de veces
hazte humano y baja aquí
con tus cuatro cabezas, si quieres
te mataremos cuatro veces si hace falta
y lucha cuerpo a cuerpo con nosotros
como buenos bárbaros
como payadores
o como gaiteros
al borde del acantilado.
B. Muy bien. Bajaré y os demostraré cómo llegué a ser lo que soy.
Fue gracias a mi Amor.
Fue gracias a mi Barriga.
Fue gracias a mis Monedas.
Fue gracias a mis Bostezos
Fue gracias a mi Sadismo
Fue gracias a mi Lanza
Fue gracias a mi...
[Entrechocar de aceros.
Versos insoportablemente perfectos.
Músicas vertiginosas.
Un profundo grito de dolor y de derrota...]
VII. Bastardos.
Ahora narraré
lo que yo (pobre juglar, pobre punto en el pobre vacío)
creo que los grandes
los excelsos e;bés
quieren decir
—o al menos lo poco que podemos comprender,
pues ellos han renunciado a la cáscara de la palabra para comerse la yema a bocados, y ahora escriben poesía con sus cuerpos
con sus noches y su sangre
sus vértebras y sus cuchillos—
y lo que quieren decir
—lo poco que podemos entender, insisto—
tras conjurar y someter al dios de las cuatro caras
ahora que ellos son el dios de las cuatro caras
en un mensaje de amor
—el jinete del silencio—
y de paz
—el jinete de la muerte—
y de igualdad
—la amante homosexual de la sabiduría—
es el siguiente:
Unocerocerouno
·
Cerounounocero
·
por lo que a nosotros respecta
·
·
no se por qué he imaginado a munir contándome todo esto con cara de loco dando pasos hacia delante y hacia atrás y con grandes aspavientos. Yo por supuesto he disfrutado como un enano (¿los enanos disfrutan más que nosotros los no-enanos?)
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