Noches aquellas de iguanas calcinadas,
lanzados a fuego por la autopista A-8
a la salida tardía del bar Sebas,
borrachos hasta más allá de las fuerzas,
acelerando desnudos en una Nissan Vanette
que conducía con el pulgar de mi izquierda,
noches aquellas con sabor a velocidad
y a punto de matarnos, Iratxe,
cuando querías torcer el volante contra la mediana
para morir unidos como Filemón y Baucis,
cuando jugabas a esbozar las caras de los urgencias
ante nuestros cadáveres desnudos y espléndidos,
las caras de los bomberos sacándonos con el cortafríos
y limpiándose nuestro semen con repugnancia,
noches aquellas del vino fácil y ardiente,
cuando mi padre era tan alto que nunca se acababa,
cuando tu cuerpo olía a belleza y a lluvia de primavera,
coreando como bandidos las letras de La Polla Records,
totalmente borrachos por el túnel de Malmasín,
totalmente desnudos por Kareaga Goikoa,
conduciendo libres y a mil ruedas por hora
mientras nos quejábamos de la Ertzaintza,
la Ertzaintza que nunca nos paraba,
la Ertzaintza que nunca una multa,
la Ertzaintza que nunca alcoholemia,
la Ertzaintza que no se atrevía.
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