Dios,
dios de los cristianos:
vamos a hacer un pacto.
Yo no toco tu árbol,
te limpio el edén,
cargo con la marca negra
en la frente,
me gano mi pan
con mis sudores,
hago de mi capa un sayo.
Mato las serpientes
y honro tu nombre,
me tatúo tus mandamientos
en el escroto
si hace falta,
rezo sin rechistar
cada mañana.
En pleno siglo veintiuno
cojo las espadas
y me voy de cruzadas
hasta la Atlántida.
Voy a darle
tantas vueltas
a las murallas
de Jericó
como hagan falta,
tocando la trompeta
y recitando salmos.
No pediré maná
ni pruebas
para mi fe.
Golpearé la roca
para que salga el agua,
sacrificaré
a todos mis hijos
como corderos del mundo.
Me haré llamar Israel
y tu nombre valdrá más
que un plato de lentejas,
despejaré a golpe de honda
las dudas sobre ti.
Predicaré en el desierto
y de cada zarza ardiendo
sacaré un cayado
que guíe un pueblo,
si no lo deseas
no pisaré nunca
las tierras prometidas.
Prenderé fuego
a Gomorra y Sodoma
sin volver jamás la vista.
Todo mi pan será ácimo
y todas mis fiestas sagradas.
Toda mi vida un templo
y tu palabra mi saber.
Pero, por favor,
cumple tu parte del trato
y de esta costilla que sangra
sácame
a una mujer.
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