Me gusta caminar por la playa,
mirar hacia atrás y ver cómo el agua de la orilla del mar
desdibuja mis huellas maltrechas
y ver que las tuyas permanecen perpetuas
a la vera de donde deberían estar las mías.
Me gusta el miedo
a caer por las escaleras
cuando bajamos
por ellas
de la mano.
Acariciar tus dedos,
pensar en su cuasi perfecta fisionomía (por no decir perfecta del todo),
jurarme que tienen forma de piedra preciosa y valor incalculable,
saber que tengo diminutos tesoros
apretados con mis dedos.
Me enloquece el café
que, sólo tú, sabes hacer tan bien,
perderme y naufragar
apostando por la incertidumbre del sabor de los caramelos
de tus ojos.
Cada vez estoy más seguro
de que, por muy bueno que haya sido en otras vidas,
el Karma se ha tirao señorialmente el rollo
haciéndome estar contigo, bajo el mismo abrigo de una sábana;
es más, me siento en deuda con él, o ella, o ello.
El aire de la calle
sabe mejor
cuando sabes
que sabe igual
que el que tú respiras.
Y me da igual ser el mismo pringao de siempre
que cojea como nunca antes se había andado,
mientras bebe el mismo veneno de tus labios
con sabores cambiantes,
me gusta estar más borracho cada vez de amor.
Es necesario olvidarse de las cosas
mientras oyes
tranquilo y relajado
mecerse las sirenas varadas
en tu voz.
Puedes decir lo que quieras,
yo ya te he dicho lo que pienso.
Bravo, Carlos!...
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