sobre estanques de Cristos y Satanes palaciegos-,
Él sí intuía el Conocimiento en las cafeterías:
raro éxtasis de párpado, les hallaba miserables...
¿Razón? La del ángel tordo e irresistible
que, abandonados áureos mozos, no descansa,
escupitajo sádico de amor o cáliz blanco
que, como un azucarillo, nos divierte eternamente.
Sufrimiento tantos siglos por aquella teta esbelta,
voluntariamente sabia, tragando viñedos,
exquisita, su palabra, abriría nuevas direcciones.
(Mientras tanto, construía saxofones negros.)
¡Pero serán magnéticos sus carnívoros aullidos,
intensidad ardiendo el arrabal de los neones!
Con cetro como símbolo por Ella, mágica y errante,
despertar, al fin, como una consecuencia...
Álvaro Guijarro
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