Las palabras salían de su boca, sonando vagamente, hablando sin decir nada.
Vivía su vida, esa vida que le habían impuesto, vivía una vida, sobrevivía su vida.
La intrahistoria le pesaba en el estómago. La banalidad, la rutina, la mediocridad, la trivialidad y la estupidez que observaba le picaba en los sentidos.
Las ganas de huir a paso lento, de darse la vuelta, dar la callada por respuesta y caminar hasta que el frío no le dejara continuar
Las ganas de parar, de sentarse y detener el movimiento de la esencia, hasta que la esencia dejase de ser lo esencial, hasta terminar con la ambigüedad de la existencia.
Apagó la luz. Bajó las persianas. Arropó su cuerpo. Cerró los ojos y terminó.
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