anaqueles que en silencio reflejaban
las vítreas cuencas cuyos ojos albergaban
espejos abyectos, rosas infinitas, ríos
helenos, senos de óbolos perdidos.
Pero también fuiste el joven que soñaba
no con secreta esfinge u homicidas dagas
sino con formar parte del mundo de los vivos
que te rodeaban y que tú observabas
como otras vanas sombras observaran
(la sentencia es del inmortal Homero)
en el umbral del Tártaro a aquel griego
al que tú nunca hallaste en el azogue
donde aún acaricias tu reflejo.
Munir
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