que antes se llamaba calle
esquivando los cuerpos ajados
que esgrimen cara de apple,
y es que tenemos que hablar
porque sino no hay quien lo trague
palmadita en la espalda condescendiente y
“sigue así chaval, algún día...”
formaremos un pequeño sindicato
y allí recordando
se desliza la serpiente
teoría que reptaba entre los pasos:
te acuerdas cuando Miguel
cuando decía que sólo veía redes
que todo estaba atravesado
por cables invisibles que nos unían
que las relaciones nos construían
y sus suturas nos tenían atados
y que él era un punto
inaccesible para todos
y que no nos acercásemos
Madrid centro nunca tan violento como en un mal viaje
un todos contra todos cabreados de taxista y policía
y Miguel era un punto solitario inaccesible
y Miguel era más bien dos raciones y media de psilocibina solitarias e inaccesibles
no había quien lo tragase entonces y hablamos
del pequeño sindicato de los gestos y los actos
al modo del viejo sabio oriental
que no decimos y solo mostramos
sin carnet panfletario
ni cuota de membresía
sin haber hecho ningún trato con mercenarios alienígenas
a cambio de nuestro oro y de comernos las placentas
de nuestros hijos para que cuando
todo se vaya a la mierda
vengan en su nave a salvarnos
atrapados con un libro y una cerilla
en un autobús sin luz que nos acerca
las reuniones del sindicato empezaron con un fuego y una historia
y luego más rápido
hay que leerlo
página, tras página, tras página,
devorarla antes de que se consuma
poder pasarle el fuego a la siguiente y así hasta el frenopático
final porque sólo tenemos una cerilla
y sólo podemos reconocernos a través de una chispa en los ojos
que no tiene cabida en el espacio inexistente entre dos lineas
que garabatea a las órdenes de Don Quijotera una mano cortada
y Miguel seguía como un animal asustado,
arrinconado por nuestros murmullos,
abrazado a un sofá,
y nosotros
como no había quien lo tragase
seguimos hablandoy entonces todo el capital ideológico de luces que habíamos levantado
como fortaleza inexpugnable contra la muchedumbre de la otra orilla
calló por su propio peso de barro mojado
y vimos que el lenguaje estaba más cerca del punto de Miguel
que de nuestro sindicato,
que toda inmersión en la materia
¿y qué es la materia tío? Pues coño, la materia,
lo que sea que sea la materia pues eso es la materia
y toda inmersión no es más
que el mal viaje de una especie animal:
monos que abusaron del consumo de estupefacientes
y se quedaron como en un tripi
hablando y hablando y hablando
porque tienen miedo
de quedarse solos sin sus voces
que daban sentido al túnel
¡Ostia! y si compramos un embalse gigante,
lo llenamos de delfines
les administramos LSD líquido
durante generaciones
en dosis progresivas
otra especie hablará con nosotros
y nos darán el Nobel de la Paz
o de Economía
que nos hacemos ricos fijo, vamos
y entonces no dijimos nada,
y Miguel en su sofá se sabía al borde del abismo
con tanto murmullo apocalíptico
porque Miguel era un punto
que estaba fuera de las redes
y sabía
que de lo que no podemos hablar
es mejor callarnos
a los que gustamos de oír palabras
porque este camino sin voces
no hay quien lo trague
la mentirosa poesía.
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