pueden elegir entre saltar durante el día sobre camas de
hormigón dulce, o comerse las sábanas muy lento, con
los ojos cerrados y felices.
El privilegio de la franela. Dos centésimas de miedo para
que suelten su mano: por la avenida se agarran de la
punta de mis dedos, mordiéndome, mamá.
Ya no tengo piernas y canto muy bajito, buscando en un lugar
cerca de mi padre, así que ellos me hacen compañía
antes de llegar a casa.
Qué alegría en el vestíbulo: soy tan blandita que no puedo
morir.
Tengo amigos sin sueño ni pijama. Huelen a víspera de
festivo, y convierten los termómetros en un cuento de
buenas noches, y han muerto y sin embargo
confían en enero igual que en las ventanas y la voz de la
nieve.
Así es la vida de los niños que se mueren. Acolchada. Muy
dulce. Es tan bello extinguirse siendo niño...
Elena Medel
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