miércoles, 13 de noviembre de 2013

Los niños que mueren

Los niños que se mueren
pueden elegir entre saltar durante el día sobre camas de
          hormigón dulce, o comerse las sábanas muy lento, con
          los ojos cerrados y felices.
El privilegio de la franela. Dos centésimas de miedo para
          que suelten su mano: por la avenida se agarran de la
          punta de mis dedos, mordiéndome, mamá.
Ya no tengo piernas y canto muy bajito, buscando en un lugar
          cerca de mi padre, así que ellos me hacen compañía
          antes de llegar a casa.
Qué alegría en el vestíbulo: soy tan blandita que no puedo
          morir.
Tengo amigos sin sueño ni pijama. Huelen a víspera de
          festivo, y convierten los termómetros en un cuento de
          buenas noches, y han muerto y sin embargo
confían en enero igual que en las ventanas y la voz de la
          nieve.
Así es la vida de los niños que se mueren. Acolchada. Muy
          dulce. Es tan bello extinguirse siendo niño...
Elena Medel

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