de mis actos, entreactos
de la orquesta de los austeros
y finitos elementos.
La tierra volverá de secano
a mis sirenas sin cola y de ellas
hará raices en las que comulgarán
proletarias colonias de insectos.
El aire enfurruñado no amainará
la caída de aquellos que ya
hedían a olvido.
El fuego, hermano apoleo y
pupilo de Ovidio, tornará mi carne,
a la espera de fatigosos gusanos,
-en metamorfosis- en la ceniza
de la que nada resurge
y todo tiene miedo a resurgir.
El mar confundirá mis lágrimas.
El barrizal borrará mis huellas.
Sin soplo del cielo perdurarán
mis estrellas. Y la hoguera
incinerará mi alma.
Jose Ilarraz
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