como antaño ya lo hacía,
con compañía mas sofisticada [en esta ocasión]
y consecuencias más devastadoras y elegantes.
Lo invisible del pecado
y lo placentero de morir cada día,
corriendo hacia los deseos a pesar de lo nefasto
del resultado.
Me abriré la cabeza contra el arrecife.
Y lo disfrutaré si es necesario.
Como el amor y el odio que nos une
amargo como la tuera es el futuro que pronostico,
miles de caballos descuartizados cabalgan por mi
espalda
abriéndose camino hacia los abismos de mi mente.
Tú eres mi Jeckyll, yo soy tu Hyde.
Como un leitmotiv incesante
se repite y derrumba las paredes del palacio.
Todo y nada tiene sentido ahora
y como sonámbulos dejamos cada instante
escapar,
dormidos por el opio de la mala baba.
Se necesita tanto valor para salir de este estado de
inconsciencia
que preferimos morir mil veces antes de despertar
al doloroso parto del sueño desvanecido.
Tan elevada libertad
tan solo es placentera con el peso de mil cadenas,
cadenas de las que ya no queremos desprendernos
y que agotan hasta nuestro último halo de vida.
Pero mañana saldrá el sol impasible
y todos nosotros habremos desaparecido.
Como una tormenta de agua helada en agosto
que pervive en el recuerdo por un instante,
para luego morir entre las páginas
de un libro de texto descatalogado.
Vosotros, insensatos,
que con paso altanero camináis
y patética sonrisa en el rostro.
Vosotros, inconscientes
que os sentís amos y señores
de toda tierra que holláis,
que hacéis piras con el conocimiento,
que agotáis la estulticia hasta el más remoto cabo,
que incapaces sois de reconocer un milagro ante
vuestros ojos,
y alienados de la vida matáis toda ilusión
con banales verborreas y miradas pervertidas.
Yo seré tu Jeckyll
y tú por siempre serás mi Hyde.
Condenados a vivir juntos eternamente
desconociendo nuestros propios límites,
hambrientos de odio hacia el otro
que cada segundo nos condena.
Estefanía Sánchez
Nota: Secuestrado de Aula Cuatro, exigimos un gritón de byson-dólars y un pingüino como rescate
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