Me vacunaron contra la fiebre amarilla
días antes de embarcarme para Dakar;
se olvidaron de inocularme
el virus de la rabia y de la insidia
que gobierna en el Norte.
-A partir del jueves toma este tratamiento
contra el paludismo, un mes entero-,
nadie me recetó pastillas contra el odio y la difamación.
Difama que algo que queda, bebe de este libro de venenos.
Eres culpable mientras no demuestres tu inocencia, cariño.
La doctora me preguntó si había hecho la mili
y si estaba vacunado contra el tétanos.
-Fui objetor- y me puso otro chute
que salpicó de sangre una camisa blanca de H & M.
Habló la bata blanca:
Lo siento, la sangre se va con agua oxigenada.
II
Me escribió un asesino, dibujó con astucia mi muerte,
y entonces en vez de responder a la provocación
me suicidé junto a la plaza de toros de Móstoles
todo un fin de semana.
Me metí por la napia tres gramos
y (hasta perder el sentido)
veinticuatro litros de ron con limón.
Antes de irme a Senegal estuve media hora
con una puta negra:
-Recuerda que la esperanza
es lo último que se aguirre- susurró.
III
Creí que una sonrisa era un buen pasaporte
para los corazones en tinieblas;
comprendí con dolor que la mejor de tus sonrisas
padece halitosis para el peor de tus enemigos.
Me vacunaron contra la felicidad
y recetaron antidepresivos;
desconocía que no había cimas para todos
y que el camino a la montaña
estaba infestado de putasemeas,
(hijo de puta en euskera)
y envidiosos.
Me vacunó contra el amor
una mujer que hablaba de futuro
y a los dos años vi las naranjas chinas
del bingo en mis pupilas
y escuche los violines de otro ser perfecto.
También en el Norte es hermoso el amor.
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