Llevabas una camiseta a rayas:
te encontré en un largo libro de poemas
que llevaba tu nombre subrayado;
entonces confundía los fonemas
con el arder de tus ojos verdosos:
cada vez más verdes, cada vez más
insensatos, desafiándonos a ti
de mí tan cerca, tan lejos del mar.
Tus ojos, hechos de cualquier sustancia
que no fuera efímera, como tu boca
frente a la cerveza de la ciudad
sin nombre cuyo aire (tuyo) denota
las ganas de sexo siempre en la ducha.
Junio a merced del próximo invierno:
hoy apuesto todo para perder
la partida, gano el dulce averno
de la saliva que fluye hacia la antítesis
de tu colchón en llamas al abrigo.
He perdido la razón que suscita
el hambre de los desaparecidos,
tu guerra hoy he perdido otra vez
ajena al conflicto que tú desatas
tras huir a veinte metros del chicle
que compartimos por subir a gatas
hasta donde se esconde el desquite.
Es allí donde a borbotones fluye
la sangre hasta tenernos en vena.
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