No hay que escribir sólo para los vivos,
también para los muertos absortos
en el limbo de su sepulcro,
a sus ojos inmóviles como el gris felpudo
para que los rayos de sus pies apunten a las raíces
y muevan a los árboles;
el follaje agitado por un calambre
transmitido desde ultratumba.
El sistema eléctrico de las almas en tránsito
es capaz de alterarse con una simple palabra,
ruge el cortocircuito en su empeine agarrotado
y se supera la agonía entre despiertos y dormidos.
-¿Escucháis algo, voces veladas?
No comprendo, si no, la convulsión de esas ramas.
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