la canción de aquel tiempo no pasara,
dónde nunca pasa nada
Tengo la columna descalza de vértebras,
expuesta, mi médula palpita
al azote de la intemperie
de otra cruel noche de frío
que otra vez sacude mis nervios
con fusta de espino y color de rosa,
y yo, como desganada,
agacho la cabeza
Hubo un momento,
hubo un lugar,
algo real,
se parecía a un sueño,
en que me faltaban
huesos y músculos y pieles
y voces y me faltaban
piernas y dedos y corazones,
con que atender
las doce horas de luz,
que me faltaban soles, estrellas,
lunas y bares dónde seguir bebiendo,
que me sobraban tréboles
de tanta suerte,
que me pasaba tardes enteras
merodeando entre fantasías
y ensoñaciones de escaparates
de corsetería y cómics
planeando siempre la gran evasión.
Hasta prendí una bandera pirata
de la cuerda de tender la ropa
para coronar mi barco de tantos
tesoros cómo poseía,
y así cada día
arrojaba el ancla sin miedos,
dormía tranquila,
a mis pesadillas no se les caían los dientes,
porque en cada puerto
había labrado hermosos y fuertes
los muelles
donde las raíces
de mis altibajos,
amarrar seguras, frondosas y firmes
las huellas borrosas de mis pies desnudos
que se cobijaban en amables dunas.
Entonces brindaba,
contenta
cantábame viejas canciones
repletas de yodo,
contábame inéditos cuentos
sin bruja ni lobos,
bailaba
pese a las ambulancias,
reía
aunque la crisis,
besaba y besaba mi cuerpo
despreocupada
de la guadaña del tiempo,
porque la mañana no era más
que una extensión
de ese feliz regalo
que nos había hecho la vida
juntándonos bellas, dispares
y jóvenes,
y cómo explicarlo
joder,
cómo ahora,
ahora que me acerco
inexorablemente
a la tan temible edad
de River Phoenix,
y aunque todavía no sé
cual será el grosor
de mi horca,
me escuece la lejanía
de este asilo sin eco,
la lejanía con que
las miradas,
y por las noches
me sangran los ojos
y me duelen
hasta vuestros
nombres
Cristina Tauler
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