"Padre, te quiero,
pero, ¿cómo puedo darte las gracias, yo, que tampoco sé tolerar el alcohol
y que ni siquiera conozco los sitios donde se pesca?"
Raymond Carver
Y qué importa el divorcio, todo el tiempo,
las cenas los domingos por la noche
cuando los dos nos callamos y no
sabemos qué decirnos, cuando compar
timos ese silencio genético
que nos hace ser lo mismo en la historia.
Y qué importa la vida si me gusta tener
tu nariz, tu cabeza, tus bocetos
en la cara, aunque a veces
el dinero nos suponga un límite
para comprar los libros que nos gustan,
aunque ya no fumes y yo fume
mientras bebemos juntos en las terrazas.
Qué nos importa la confianza de otros
padres e hijos. Qué. Porque lo
que no me gusta es verte serio, triste
porque la economía de este tiempo
no es la mejor que habías pensado; can
sado de trabajar, de los números,
de la derecha que se va comiendo
el país de tu padre y de tu madre.
No te puedes caer, porque me va
a costar levantar un pilar de mi vida.
No te arrepientas. Ahora, con tus
cincuenta años eres más joven que nunca.
Sé fuerte, tú, porque eres mi principio.
Sesi García
¡Qué lindo! Es la primera vez que comenta en un blog, pero creo que la ocasión lo merece. Me ha encantado como describes el sentimiento que corroe en estos tiempos las mentes de nuestros padres y madres,y que por consiguiente a notostros como hijos poco a poco nos ha tocado cargar con ese desasoseigo. Un saludo, Laura.
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